Siento la necesidad de confesarlo solemnemente.
Me has domado, cual fiera salvaje a la que extraen de la jungla y hace piruetas ante un látigo, así respondo yo ante tu voz.
Mi piel se ha convertido en terciopelo para que tus dedos puedan moldearla a su antojo de manera que pueda cubrir cada centímetro de tu cuerpo.
Mi pelo ha crecido; tanto que puedo hasta puedo hacer lazos para amarrarte y sostenerte a mi lado.
Mis ojos sólo ven tu camino.
Mi nariz sólo reconoce tu perfume.
Admito que he cambiado.
Pero no porque me lo has pedido, ni me has obligado,
sino que tu amor me fue transformado poco a poco
en esta otra mujer que vive, que siente, que ama.
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